Jn 4, 6-15 (BLP):
6Allí se encontraba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca de mediodía. 7Y en esto, llega una mujer samaritana a sacar agua. Jesús le dice: “Dame de beber”. 8Los discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. 9La mujer samaritana le contesta: “¡Cómo! ¿No eres tú judío? ¿Y te atreves a pedirme de beber a mí que soy samaritana?” (Es que los judíos y los samaritanos no se trataban). 10Jesús le responde: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘dame de beber’, serías tú la que me pedirías de beber, y yo te daría agua viva”. 11“Pero Señor — replica la mujer—, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo. ¿Dónde tienes ese agua viva? 12Jacob, nuestro antepasado, nos dejó este pozo, del que bebió él mismo, sus hijos y sus ganados. ¿Acaso te consideras de mayor categoría que él?”. 13Jesús le contesta: “Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; 14en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed sino que esa agua se convertirá en su interior en un manantial capaz de dar vida eterna”. 15Exclama entonces la mujer: “Señor, dame de esa agua…”.
Si en los relatos de la creación del Génesis el mundo es un templo que alberga la presencia de Dios, el jardín del Edén, el espacio de especial relación entre Dios y el ser humano, es el lugar santísimo de ese templo. Allí en el Edén fluye un río que nutre de vida el jardín (Gn 2, 10). Del templo fluye un río como símbolo de la plenitud de vida de Dios que mana de su presencia. Del templo renovado en la visión del profeta Ezequiel mana un río que va nutriendo de vida todo lo que encuentra en su cauce (Ez 47, 1).
La unión del cielo y la tierra en el templo, la comunión de Dios y el ser humano, es encarnada en Jesús. La Palabra es el punto de contacto entre lo divino y lo humano. El cuerpo de Jesús es el templo donde habita la presencia de Dios. Es el punto de máxima concentración del universo por decirlo en términos físicos. Por eso, en este diálogo, entre Jesús y la mujer samaritana, el tema de conversación gira en torno a la sed y el agua que calma esa sed. Jesús es el propio templo del que fluye un río de agua viva que va nutriendo de vida aquello que encuentra en su cauce. Así que beber de esa agua que él nos ofrece, no solo calmará nuestra sed, sino que hará que nosotros mismos nos convirtamos en esos templos de los que brotan aguas de vida de las que otros también podrán beber.
Jesús es como el templo, la unión del cielo y de la tierra, del que sale un manantial que calma nuestra sed, sed de un mundo nuevo, sin dolor, sufrimiento, mal y muerte. Sed de un nuevo mundo donde no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor… (Ap 21, 4).
En esta serie de devocionales hemos cuestionado la espiritualidad individualista y subjetiva del mundo secularizado. Hemos descubierto que la espiritualidad bíblica es una experiencia encarnada en la vida diaria en el anhelo de un mundo nuevo. Ese brotar de agua viva de nuestro interior no es volver a una espiritualidad ensimismada, sino en hacer de este mundo un mundo nuevo para el reinar de Dios. Nosotros no construimos el reino de Dios, pero sí construimos para el reino de Dios. Amén.
Oración
Señor, ayúdanos a encontrarte en todo tiempo y en todo lugar, auxílianos en nuestra búsqueda de ti y danos conciencia de que antes de poder encontrarte, tú nos has encontrado primero, en el nombre de Jesús, verdadero Señor y Salvador del mundo, Amén.