No hay nada más peligroso que aquello que se nos presenta como algo bueno y no lo es.
Todo el mundo conoce el cuento de Blancanieves, ¿verdad? ¿Cómo iba aquella inocente chiquilla a desconfiar de una ancianita que con toda amabilidad le ofrece una manzana? ¿Cómo sospechar que aquella manzana de aspecto tan jugoso encerrara un veneno? Blancanieves es la protagonista de un cuento infantil, pero muchas personas podemos vernos reflejadas, ya que con frecuencia podemos ser víctimas del engaño y actuar de la misma manera y con las mismas terribles consecuencias. Incluso la persona más inteligente puede ser engañada por quienes presentan propuestas de modelos sociales con muy buena apariencia, pero que, en realidad, promueven situaciones de injusticia.
Jesús, ¡qué buen maestro!, nos previene de este peligro diciendo: «Tened cuidado con los falsos profetas. Se acercan a vosotros haciéndose pasar por ovejas, cuando en realidad son lobos feroces.» (Mateo 7:15) Es un buen consejo, pero, hasta aquí, no parece de gran ayuda. Si el disfraz es bueno, cualquiera puede caer en el engaño (como Blancanieves con la bruja disfrazada). Por eso Jesús añade «Por sus frutos los conoceréis, pues no pueden recogerse uvas de los espinos, ni higos de los cardos.» Esto ya parece que nos orienta un poco más, ¿no? A mí, al menos sí que me ayuda, pues cuando oigo ciertos discursos políticos me suenan muy bien; cuando escucho a ciertos líderes eclesiales que además apoyan sus discursos (o predicaciones, o consejos pastorales) citando la Biblia, me resultan muy convincentes, pero cuando veo los frutos que producen los que pronuncian esos discursos, entonces veo claramente que son lobos disfrazados de ovejas como decía Jesús, es decir, son falsos profetas.
Efectivamente, si no fueran falsos profetas, es decir, si lo que hacen o dicen que hagamos fuera conforme a la voluntad de Dios, no serían causa de dolor, o de miseria, no serían la causa de que muchas personas o incluso pueblos enteros sufrieran la discriminación, violencia, hambre… Por el contrario, sus palabras y sus acciones estarían orientadas al bienestar y la felicidad de toda persona, como hacía Jesús con los enfermos y con los despreciados de su sociedad, a quienes recibía sin excepción para procurar su bien (la salud, el perdón, la dignidad, el amor de Dios…).
«Todo árbol bueno da buen fruto.» (Mt. 7:17) Es obvio, pero conviene tenerlo bien presente para no dejarnos engañar por lobos con piel de oveja. Los buenos frutos, los que avalan a la persona que no se trata de un falso profeta son, como dice el apóstol Pablo en Gal. 5:22 y Ef. 5:9, amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad, dominio de uno mismo, justicia, verdad…
Jesús, mi Maestro, solía enseñar con parábolas. Yo voy a tratar de imitarle y, en lugar de entrar a discutir determinadas doctrinas políticas o religiosas, os voy a contar, durante las próximas semanas, unas historias; historias que son reales; historias de personas que yo misma he conocido, aunque, para simplificar el relato, me tomaré la licencia de atribuir, a veces, a un solo personaje, situaciones o anécdotas de varias personas.
OREMOS: Amado Dios, ayúdanos a conocer y comprender tu voluntad. Ayúdanos a vivir conforme a ella para que venga tu Reino de amor y bien.
Amén.