Josefa tiene casi 70 años. Vive sola y, aunque tiene un grupo de amigas con las que suele quedar para hacer algo juntas, pasa muchas horas acompañada únicamente por la radio o la televisión y, por supuesto, del teléfono móvil, atenta a los mensajes que le envían o que comparten en los distintos grupos de chat sus amigas o familiares.
Entre las noticias, las declaraciones de ciertos políticos y todo lo que le llega al WhatsApp, Josefa vive cada día más preocupada. En su barrio, es cada vez más frecuente ver a personas que, por su atuendo o el color de su piel, es claro que no son “como nosotros”, dice Josefa. “Y, ¡a saber si son gente de fiar!”, sigue pensando Josefa. Cada vez que ve unos jóvenes sentados en la plaza, piensa “mi nieto se mata a trabajar para ganar un sueldo miserable y estos, ¡ale!, a vivir de las ayudas”. O cuando ve a unas mujeres ataviadas con pañuelo a la cabeza, salir de la tienda: “Míralas, a ellas sí les llega para comprar lo que quieran. A los extranjeros que no les falte de nada, pero los jubilados españoles no tenemos derecho a una pensión digna”.
La situación de Josefa llegó a un punto crítico cuando una familia “de esas”, dice Josefa en tono despectivo, se instaló en su mismo edificio. Si se cruzaba en la escalera con alguno de los miembros de esa familia corría hasta encerrarse con llave en su casa, con el corazón palpitando como loco. “No, si es verdad que nos van a echar a todos de nuestra casa”, se convencía recordando las críticas al gobierno que no hace nada por defender nuestros derechos y que permite que nuestro país se llene de delincuentes. Su vida se había convertido en un infierno: Recelaba de todos; el miedo y el odio la estaban convirtiendo en una persona totalmente amargada.
Un día, en sus prisas por llegar a casa para no cruzarse con ninguno de sus nuevos vecinos, tropezó y cayó en la escalera. Aunque no se hizo nada grave, el golpe fue doloroso y ella sola no se podía levantar. En aquel momento, la única esperanza era que acudiera en su ayuda alguno de los antiguos vecinos, pero no fue así. Uno de los hijos de la nueva familia fue corriendo a ayudarla. Josefa, al verlo venir, se asustó mucho, pero las intenciones del chico eran muy claras y no tuvo más remedio que reconocer que él sólo quería ayudarla. A partir de ese incidente, la relación empezó a cambiar y, conforme los iba conociendo, empezó a comprender muchas cosas.
Ay, Josefa, ¿por qué no habrá atendido antes el consejo de Jesús? Él dijo “Tened cuidado con los falsos profetas. Se acercan a vosotros haciéndose pasar por ovejas, cuando en realidad son lobos feroces. Por sus frutos los conoceréis”. (Mateo 7:15-16) Si hubiera estado atenta a esto, al ver los frutos producidos por los autores de esos mensajes a los que ella tanto caso hacía, debería haberlos reconocido como “falsos profetas”, que hablan de justicia, de bienestar, de seguridad, cuando lo que producen es discriminación, rechazo, odio, temor…
Josefa tiene casi 70 años. Vive sola y, cuando está en casa, selecciona con cuidado los programas de radio o televisión y, aunque sigue atenta a los mensajes de WhatsApp, ha advertido a todos que a ella no le vuelvan a contar “los mismos cuentos”.
OREMOS: Señor, te pedimos por las personas vulnerables a los engaños de los que miran por sus intereses y no dudan en tomar tu nombre en vano. Que sepamos mostrar tu verdad, la cual nos lleva a vivir en armonía con los que son diferentes.
Amén.