Fuera de la burbuja
Seis días después, Jesús tomó aparte a Pedro y a los hermanos Santiago y Juan y los llevó a un monte alto. 2Allí se transfiguró en presencia de ellos. Su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. 3En esto, los discípulos vieron a Moisés y Elías conversando con él. 4Pedro dijo a Jesús: — ¡Señor, qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres cabañas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. (Mt 17,1-4 BTI).
Hay ocasiones, quizá no tan abundantes como uno desearía (son situaciones que no se pueden recrear mediante simulacros manipulativos), que en nuestra espiritualidad –tanto comunitaria como de andar por casa– en las que la presencia de Dios, su cercanía, su “abrazo” se hace tan cercano que son momentos como el de la Transfiguración, instantes donde lo Eterno parece tocar nuestra finitud. Son momentos en los que desearíamos quedarnos para siempre construyendo para ello una enramada, tabernáculo o cabaña.
Pero no estamos llamados a quedarnos en el monte de la Transfiguración, cuando el impulsivo Pedro expresa lo agusto que está en esa experiencia; Dios Padre se pronuncia haciendo una referencia a Jesús: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo. Aunque teológicamente esta frase es el meollo del pasaje, haciendo ver que Elías y Moisés (los profetas y la Ley) conducían a Jesucristo y es a este último a quien tenemos que atender, conocer porque es quien nos da a conocer al Padre (Jn 1,18); quiero que nos fijemos en otro punto.
Tal como Pedro expresa su deseo de estar sumergido en esa burbuja (permitidme que lo llamemos éxtasis espiritual), Dios Padre al pronunciarse pincha la burbuja y todo vuelve a la normalidad. Vuelve la cotidianidad, el mundo de los problemas, el mundo que sufre, la realidad que hay que atender. Es el mundo en el que nos toca ser solidarios, el mundo donde tenemos que realizar nuestro seguimiento a Cristo. El terreno de juego de nuestra fe no es la experiencia del monte, sino esta existencia alienada donde “escuchamos” a Cristo –según Mateo 25,40 y especialmente el versículo 35 de ese pasaje– en quienes tienen hambre, quienes tienen sed, quienes vienen a nosotros como inmigrantes, quienes no tienen ropa para vestirse o abrigarse, quienes están enfermos o quienes están presos… y esta lista no se agota. Esta es la otra cara de la espiritualidad cristiana.
Oremos:
Señor, Dios y Padre maternal, agradecemos el abrazo de tu gracia y esas experiencias cálidas con las que nos acoges. Danos sensibilidad para reconocerte en las necesidades de nuestros prójimos; que vivamos el seguimiento a Cristo con un compromiso auténtico en línea con ese nuevo reinado que nos traes donde todas las cosas son nuevas. Por Cristo nuestro Señor. Amén.