Hch 17, 22-31 (BLP):
22Pablo, erguido en el centro del Areópago, tomó la palabra y se expresó así: — Atenienses: resulta a todas luces evidente que sois muy religiosos. 23Lo prueba el hecho de que, mientras deambulaba por la ciudad contemplando vuestros monumentos sagrados, he encontrado un altar con esta inscripción: “Al dios desconocido”. Pues al que vosotros adoráis sin conocerlo, a ese os vengo a anunciar. 24Es el Dios que ha creado el universo y todo lo que en él existe; siendo como es el Señor de cielos y tierra, no habita en templos construidos por hombres 25ni tiene necesidad de ser honrado por humanos, pues es él quien imparte a todos vida, aliento y todo lo demás. 26Él ha hecho que, a partir de uno solo, las más diversas razas humanas pueblen la superficie entera de la tierra, determinando las épocas concretas y los lugares exactos en que debían habitar. 27Y esto para ver si, aunque fuese a tientas, pudieran encontrar a Dios, que realmente no está muy lejos de cada uno de nosotros. 28En él, efectivamente, vivimos, nos movemos y existimos, como bien dijeron algunos de vuestros poetas: “Estirpe suya somos”. 29Siendo, pues, estirpe de Dios, no debemos suponer que la divinidad tenga algún parecido con esas imágenes de oro, plata o mármol, que son labradas por el arte y la inspiración humana. 30Y aunque es verdad que Dios no ha tomado en cuenta los tiempos en que reinaba la ignorancia, ahora dirige un aviso a todos los humanos, dondequiera que estén, para que se conviertan. 31Y ya tiene fijado el día en que ha de juzgar con toda justicia al mundo; a tal fin ha designado a un hombre, a quien ha dado su aprobación delante de todos al resucitarlo triunfante de la muerte.
En el devocional anterior nos preguntábamos si no era nuestra cultura hipermoderna la que nos cegaría para poder percibir a Dios. En el pasaje del apóstol Pablo en el Areópago de Atenas podemos ver una sociedad plural donde la fe cristiana no era evidente, sino en el mejor de los casos, una opción más entre otras y no la más plausible.
Esto guarda similitudes con nuestra sociedad europea. Pablo les dice a los atenienses que Dios está presente en el mundo para: «ver si, aunque fuese a tientas, pudieran encontrar a Dios, que realmente no está muy lejos de cada uno de nosotros».
¿Es que nosotros somos muy diferentes a ellos? Si la cultura moldea nuestra percepción de la realidad ¿no será que nuestra configuración cultural nos oculta a Dios y nos dificulta encontrarle aunque en realidad no está muy lejos de cada uno de nosotros? ¿Por qué esto es así?
La cultura de la modernidad tomó la distinción medieval entre lo natural y lo sobrenatural para crear una separación entre ambas realidades. Lo sobrenatural lo redujo a una esfera allá en los cielos de un dios ausente y ajeno a lo humano. Fue el dios del deísmo del s. XVIII. Mientras que lo natural fue asignado a la esfera de lo humano encerrado en un ámbito autónomo regido por sus propias leyes.
En este estado de cosas, lo sobrenatural no podía irrumpir en lo natural, a menos que fuera a la manera de un dios-tapa-agujeros. Esto no se ha debido a la irrupción de la ciencia moderna, como muchas veces se dice, sino a una configuración cultural concreta.
Según el historiador y teólogo N. T. Wright, esto fue posible porque la cultura europea recuperó una antigua filosofía vigente en el tiempo del apóstol Pablo: el epicureísmo. Para Epicuro, si los dioses existían, eran indiferentes al sufrimiento o al dolor humanos. El ser humano no es si no un montón de átomos en movimiento, así que por qué preocuparnos por los dioses y por la muerte si sólo supone una disgregación de nuestros átomos. Lo sobrenatural realmente no importa. Esta es la conclusión del epicureísmo redivivo por la Modernidad.
Esta separación del mundo entre lo natural y lo sobrenatural hace imposible la reconciliación con una espiritualidad encarnada en el mundo cotidiano. Una espiritualidad que no sea reducida a una vivencia subjetiva e individual. Una espiritualidad que está condenada al fracaso en su intento de superar ese feo foso, por usar la expresión del filósofo Lessing, entre lo divino y lo humano.
El Dios que se nos da a conocer en la narrativa bíblica no es el dios del epicureísmo, ni del deísmo moderno. Un dios indiferente allá en los cielos. Por el contrario, en la narrativa bíblica se nos da a conocer el Dios creador del universo, como recuerda el apóstol Pablo a los atenienses, pero que no pertenece a la estructura del mundo. Dios no es el mundo, el mundo no es Dios. Esta es la primera y la más importante distinción sobre la que se asienta la cultura que emerge de la narrativa bíblica. Eso supone que Dios trasciende la realidad humana, por eso no queda reducido a la habitación de templos humanos, y no tiene necesidad, como la concepción de los dioses del mundo antiguo, de comida, bebida o abrigo en los templos. Así continua el discurso de Pablo, pero eso no significa que Dios esté ausente del mundo, todo lo contrario, Dios está presente y activo en el mundo.
Como una vez más, dice el apóstol, Dios realmente no está muy lejos de cada uno de nosotros. Solo debemos aprender a mirar el mundo con ojos nuevos. Que la cultura sea construida socialmente significa, no solo que la cultura puede cambiarse, sino que es necesario que sea deconstruida, pero más importante aún, que pueda ser reconstruida. Las iglesias cristianas con su insistencia en la predicación y en la lectura de las Escrituras crean un nuevo significado para el mundo. Una cultura alternativa a la cultura hegemónica de la hipermodernidad con su división natural-sobrenatural y con su espiritualidad individualista y subjetiva. La espiritualidad bíblica no prescinde de su encarnación en el mundo porque el mundo es la habitación de Dios.
Oración
Señor, ayúdanos a encontrarte en todo tiempo y en todo lugar, auxílianos en nuestra búsqueda de ti y danos conciencia de que antes de poder encontrarte, tú nos has encontrado primero, en el nombre de Jesús, verdadero Señor y Salvador del mundo, Amén.